14/07/2017                                                                                                                                                          Fotografía: David Cucalón

Agustí Vilar es una persona con sordoceguera apasionada de las letras, la historia, la poesía y de conversación siempre interesante. El presente texto sobre El huerto de Queni es la primera de sus colaboraciones con el blog de APSOCECAT. No dejéis de visitar su blog personal: www.agustivilar.opacline.com

El huerto de Queni visto desde la sordoceguera. Por Agustí Vilar

Apenas la furgoneta resuella por la calle, un sordociego pone la mano encima de la del conductor. Naturalmente, el conductor guía el volante con esta inesperada compañía. Ahmmed es un sordociego curioso e inquieto. Acostumbra a sentarse al lado del conductor. Al otro lado está Xavi, su mediador, no le quita el ojo de encima.  De hecho, es el primer viaje hacia la asociación desde el huerto después de todo el bullicio de esta mañana. Cuando Xavi Capdevila me lo explica, sonrío. Hete aquí, una estrategia sencilla de información por parte de una persona con unas rigurosas limitaciones sensoriales. Por descontado, tan eficaz como invisible desde el mundo de la discapacidad. Lo único que hace el colega es vivir el movimiento para no ser un pollo sin sin cabeza. Naturalmente, quiere compartir su entusiasmo por el transporte rodado con todo el mundo. Además, hace una cosa que enternece. Procura ser discreto, es decir, desde la participación, hace un espacio propio. Este asunto, entre sordociegos es exactamente una cucaña. Las personas sordociegas saben que es un privilegio vivir en una total reserva.

Hacemos una jornada de puertas abiertas en el huerto donde las personas con estas discapacidades imitan al caracol Queni. Ya sabéis, un caracol que ni oye, que ni ve hasta que las hormigas lo adiestran.  Ya se sabe, las marionetas también hacen historia. Saludo a Óscar, Idoia y Clara, las tres personas sordociegas van con sus mediadores. Disculpad que no diga sus nombres, seguro que me equivoco. Quien no hace olor de verdura, lo hace de hierbas aromáticas. Descubro que hay alguien que huele a donuts. Naturalmente, no le digo nada a Xavi Capdevila. Aún se pensaría que soy un pastelero fino. Bromas aparte, procuro que no me reguen. Después de todo, las personas sordociegas tienen una tendencia a la broma que hay que vigilar. Claro, no me importa refrescarme. Ahora bien, los audífonos, por mucha rabiosa última generación, que les den si se estropean. Quiero decir que si me mojan, la he cagado. Osea que ya veis el peligro de esta tribu tan maravillosa si prospera. La idea es cosechar los productos maduros y hacer una cata. Por ejemplo, lechugas, tomates, menta, calabacines, fresas, etc. Es decir, se prepara un festín entre todos. No es la primera vez que se hace. Estos momentos son muy agradables. De hecho, hay momentos sorpresa. De golpe, una vecina, acompañada de una persona anciana, pide si pueden cosechar ruda. En efecto, hay una mesa de hierbas aromáticas. No entendía el porqué de tanta hierba extremadamente exótica. Ahora, de repente, me doy cuenta de la utilidad de esta inversión de tipo arbustiva. En una sociedad tan espantosamente urbanita, estos productos cada vez más son una rareza de las dietéticas. Es decir, la vecindad se acerca con intereses cada vez más comunes. Naturalmente, las discapacidades más invisibles lo necesitan mucho. Sin estos escenarios, no hay opción para añadir valor. Naturalmente, la sociedad es un mercado, pero a la vez es una comunidad. Por tanto, son las actividades públicas que construyen redes. La utilidad común permite estas integraciones.

Pensad que el huerto de Queni está en el corazón de Sants. Más o menos es un rectángulo característico de este barrio barcelonés de la calle Rosés. Recluido entre dos bloques de pisos y la pared de una antigua fábrica, el espacio del huerto es considerable. Por descontado, la zona es holgada, no acoge ninguna sombra. En cambio, la gente de la entidad se lo monta bien. Hay instaladas mesas estilo contenedor, la tierra negra de la cual está al alcance de las manos. Casi son nueve hileras de media docena de mesas. Las personas sordociegas las tienen adscritas sin división. Naturalmente, los vecinos también, todo el mundo está invitado a la fiesta de este ocio tan peculiar del país. Recordáis la casa de la pradera. Cuando Xavi Capdevila me lo matiza, empiezo a atar cabos. Las personas sordociegas cuentan con brazos y manos para cultivar. El pensamiento es generoso y a la vez lleno de sabiduría. El tacto es enorme y vasto. Ahora bien, siempre es distinto y a la vez agradecido. En otras palabras, solidaridades particulares y compasiones no son suficientes en un mundo mejor. Intereses comunitarios y capacidades diversas exploran nuevas maneras de convivir. En pocas mesas tan generosas, aprendo tanto como aquí. Entonces, todo el mundo viene a la asociación. Poco a poco, el huerto de Queni es un grupo ruidoso y risueño. Quiero decir mediadores, intérpretes, profesionales, voluntarios, colaboradores y vecindario. Por descontado, no faltan protagonistas ni público. En otras palabras, hoy se celebra el día Internacional de la sordoceguera. Es decir, el 27 de junio, apenas se inicia el verano. Por ello, la entidad da un festín entre su gente. No lo dudéis, las actividades compartidas son la clave de un mundo plural.

Queni visto desde la sordoceguera

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Queni visto desde la sordoceguera

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Este año, hay jornada de debate y reflexión en el Colegio de psicólogos de Cataluña. Aunque parezca mentira, la sordoceguera no está reconocida como una doble discapacidad. El tema es grave porqué hace evidentes carencias inaceptables dentro de nuestra legislación. Y más cuando estas limitaciones sensoriales combinadas requieren de una red de profesionales en alto grado visible. Durante la exposición de testimonios, Mercè Solé, la directora del programa de la discapacidad de Sant Feliu de Llobregat, me riñó. Me aclaró la diferencia entre congénitos y adquiridos. Es decir, ni siquiera yo mismo se situarme en la extrema complejidad de estas dificultades sensoriales. Sin embargo, el camino de la entidad empieza a hacer huella. Su autoridad es su trabajo y su compromiso. En la última jornada de les actividades del día internacional de la sordoceguera, se hace una última actividad en el huerto de Queni. Hay un mojito menta con el vecindario, un sábado por la mañana. Se reparten sombreros de paja y el buen rollo está servido. Unos regan, los otros hacen refrescos, etc. Conozco a Joan y su hija Gemma, unos vecinos muy colaboradores y amables enredados en esta red. Hablamos de hacer más visibles las actividades del huerto.  De golpe, la chiquilla habla de un mural. Pues aprovechando la pared de la fábrica, se podría hacer una pintura que llamase la atención. Incluso un poema de tipo publicitario y lírico que exaltase la actividad de las personas sordociegas en el huerto de Queni. Durante un rato nos ensimismamos. En mi pueblo, Sant Feliu de Llobregat, hay una experiencia muy rica en este ámbito. Cuando Ricard López me presenta Verónica, una nativa norteamericana que prepara mojitos, fruncir el ceño. Sé que el hombre tiene muchos ases en la mano. Pero, este es absolutamente inesperado. Poco después, hay la molestia de las fotos. Me quedo sorprendido con la afluencia constante y devota de vecinos. Naturalmente, el presidente de la entidad es una avalancha de ideas y propuestas. Sinceramente, no entiendo porqué no está más arriba. Es todo un lujo que participe y apoye en una humilde e imprescindible entidad de base. El huerto de Queni es uno de sus más maravillosos aciertos. Que sea sordociego no me preocupa, que sea  invisible, eso sí que es harina de otro costal. Hete aquí como se prospera en una causa que consideramos justa.